Un regalo de Sergio Astorga

jueves, 30 de agosto de 2007

¡Por fin!



Ya, ya sé que mis vacaciones no son por necesidad, sino por vicio. Desde que dejé de trabajar en lo que no me gustaba... ¡qué narices!... desde que dejé de trabajar a secas, ya no siento esa sensación imperiosa de cortar con todo y largarme a descansar pero, qué queréis que os diga, la carne es débil.

Dejaré de daros la barrila durante 23 días, 23, para pasarme la mañana y parte de la tarde con la barriga al sol, como los lagartos. ¿Donde?: en una cala pequeña y preciosa de la Costa Brava, l'Almadrava, más arriba de Rosas, al lado del cabo Norfeu, justo en el sur del cabo de Creus. Como está al socaire de la Tramontana tiene un microclima especial mucho más dulce que en el resto del Ampurdán.

[Tannhaüser, deja Sant Feliú y vente con tus hijas aquí. El agua es increíblemente limpia y transparente y no asoman tablas de surf de ningún tipo].




Desde mi ventana se ve toda la bahía de Rosas (el golfo de Rosas para Bolche) hasta l'Estartit. En los días claros se distinguen perfectamente las Islas Medas y las ruinas de Ampurias, en una inmensidad de mar azul. Si consiguiera borrar ese engendro horroroso que se cargó la marisma de Aiguamolls llamado Ampuria Brava, sería casi perfecto... Beatus ille!

Una de las sensaciones más fantásticas es coger la carretera que lleva a las calas Montjoi, Pelosa y Jóncols al atardecer. De repente aparece el cabo Norfeu en medio de una luz increíble, casi irreal. Es mágico, palabra.

A pie de blog, como todas las semanas, cambio de foto. Esta vez, naturalmente, más Ampurdán.

En la maleta, mi inseparable libro de Kakuros (¡qué vicio!), un par de libros, el MP4 a tope y una carpeta con DVD de pelis de Buster Keaton y de óperas para mi, todavía no estrenado, DVD portátil. Pero también el gusanillo y el placer de una nueva relación con un puñadito de personas a las que he conocido a través de sus bitácoras y la mía. Intentaré seguiros lo más de cerca posible.

Je,je... ¡HASTA LA VUELTA!

martes, 28 de agosto de 2007

BUENAS NOTICIAS

Siempre hay que felicitarse porque desde Internet se permita el acceso gratuito a bienes culturales que, en definitiva son nuestros pero que, por razones obvias, sólo suelen estar al alcance de los estudiosos.

Cito una noticia aparecida en la revista OCU - Compra Maestra, nº 318, de septiembre 2007, pág. 9:

(sic) "El Ministerio de Cultura acaba de poner a disposición del público 19 millones de imágenes y 1,7 millones de documentos procedentes de los principales archivos españoles y que constituyen una parte sustancial del patrimonio histórico. Están disponisbles a través del portal PARES /Portal de Archivos Españoles) donde "se podrán consultar las 24 horas del día sin ningún tipo de restricción" en palabras de la anterior titular de Cultura, Carmen Calvo. Desde el Archivo de Indias hasta el de Simancas pasando por el Histórico Nacional o los provinciales, se pueden encontrar digitalizados documentos tan interesantes como el Tratado de Tordesillas, que decidió el reparto de América entre España y Portugal, o los referentes a la Guerra Civil española.
Este portal seguirá incrementando su oferta a lo largo de 2007 hasta completar los 30 millones de archivos (20 millones de imágenes y 2,7 millones de documentos). España cuenta con un total de 40.000 archivos de titularidad pública y privada que atesoran los vestigios de nuestro pasado y parte de la historia del mundo"

La dirección http://pares.mcu.es/

Tenéis un enlace directo en la bitácora.

Salud y a disfrutarlo.

In memoriam

Resulta difícil hablar de un amigo muerto.

Se llamaba Domingo del Campo Castel y era abogado, musicólogo, traductor, crítico musical y, fundamentalmente, una bellísima persona. También era, de corazón y de praxis, un marxista-leninista de la cabeza a los pies (el eurocomunismo eran mariconadas, aunque él jamás habría usado ese término).

De pocas personas he aprendido tanto de música como de él. No era un crítico al uso. La mayoría de ellos van siempre "sobraos" (y os lo dice alguien que ha tenido que soportar muy cerca y durante muchos años a uno de ellos). Te miran como si te perdonasen la vida cuanto te atreves a dar, en su presencia, tu opinión acerca de algo escuchado y, lo más curioso, es que pocos superarían con éxito "una cata a ciegas". Domingo, no. Te escuchaba y te corregía con una exquisitez y una delicadeza que, en un mundo como ése, agradecías enormemente. Tradujo mucho y bien. Aunque no publicó muchos trabajos, los asiduos al Auditorio mal llamado Nacional, al Teatro de la Zarzuela, el Albéniz y otros conocían bien sus cuidados y documentados programas de mano de tantos y tantos ciclos de música. A los que les guste tirar de hemeroteca, les será fácil encontrar artículos suyos en la revista Ritmo, siempre anteriores a 1983 y, posteriormente, en la revista Scherzo, de la que fue socio fundador y fantástico colaborador. Publicó, entre otros, 2 libros sobre Haydn y Dvorak, hoy inencontrables.

También era un hombre que se mantuvo fiel a sus ideales y sus principios. Hubo largas temporadas en que nos veíamos continuamente en los conciertos y...en las manifestaciones: contra la guerra de Irak (tanto en 1991 con el PSOE en el poder, como en el 2002-2003, con el enano del bigote), contra aquella dichosa ley de autonomía universitaria, de terrible memoria, en diciembre de 1979 y tantas y tantas otras que, seguramente, recordáis mejor que yo.

Tenía un finísimo sentido del humor. Uno de sus amigos cuenta que iban paseando los dos un día, cuando una perforadora les cortó en seco la conversación. Cuando pudieron reanudarla, Domingo, no sin sorna, dijo: "Curioso este bajo continuo"

Pero, además, era un enamorado y un especialista en Juan Sebastian Bach. Conocía bien toda su obra y eso, hablando del de Leipzig es mucho. Era un experto en música barroca y sabía bien del entorno histórico de la época. Hace muchos años publicó un estudio sobre la Cantata del Café de JSB, en una preciosa edición publicada por una importante editorial , que incluía una espléndida traducción del texto de C.F. Henrici y un CD de acompañamiento para seguir la obra. Por oscuros y raros motivos la edición se destruyó sin avisar al propio autor.

[Hace unos 5 meses el trabajo se ha publicado de nuevo, esta vez por Antonio Machado Libros, en la colección Musicalia Scherzo, con patronicio de la Fundación Scherzo. Su título, Bach La Cantata del Café, la seducción de lo prohibido . Ha sido encomiable el esfuerzo de ambas instituciones por rescatar una joya así del olvido, aunque también se merecerían algún tirón de orejas por la cantidad y gravedad de los errores tipográficos. Fantástico ensayo, de verdad, en un librito barato y cómodo de leer que se puede encontrar también perfectamente en las bibliotecas públicas. Para quien pueda estar interesado en el libro y en la cantata, y como complemento, el texto de esa rarísima, divertida y moderna pieza de Bach (no es la mejor traducción posible, pero de lo encontrado en Internet es de lo más salvable). Como, además, lo lógico es escuchar la obra, de entre las muchísimas versiones, una recomendación: Elly Ameling (espléndida e injustamente poco famosa soprano)y Gerald English con el Collegium Aureum, en una versión para Harmonia Mundi de 1968]

Pasó un temporada dolorosamente larga luchando contra un cáncer de páncreas que, finalmente, lo venció hace tres años. Hasta bien poco antes de morir siguió acudiendo a conciertos y óperas y escribiendo artículos y programas de mano.

Ahora que releo el post, no me gusta nada. Habría querido escribir algo sencillo, hermoso, coherente, íntimo. No he sido capaz. Pero también sé que no podía mantener una bitácora sobre impresiones musicales sin hablar de él, que tanto contribuyó a mi "desasne" musical. Desde esta página, el recuerdo más humilde y emocionado a uno de mis amigos más queridos.


¡Hasta siempre Domingo!


miércoles, 22 de agosto de 2007

Cajas de música


Cuando muera y mis sobrinos tengan que deshacer la casa, se van a encontrar con un serio problema: el síndrome de Diógenes de su difunta tía les va a causar más de un quebradero de cabeza y muchísimo, muchísimo trabajo (que suden la herencia digo yo).

Por lo que veo y leo en vuestras bitácoras pertenezco, como vosotros, a la generación de nostálgicos y sentimentales (un abrazo Bolche, AF, Tannhäuser, Blanca y tantos otros). Muchos me entenderéis cuando digo que soy incapaz de tirar nada. Supongo que Herr Freud y su "regresión a la etapa anal" tendrían mucho que decir al respecto. Cualquier chuchería comprada hace 30 años en un mercadillo de mala muerte me trae tantos recuerdos que, después de pensármelo mucho, la vuelvo a colocar donde estaba. ¿Me creeréis si os digo que he llegado a rescatar cosas que había conseguido echar a la basura, en un rapto de feroz arrepentimiento?

Pues bien: de entre todos los artilugios que pueblan mi casa y os aseguro que ésta es un homenaje al "horror vacui", me gustan especialmente aquéllos en los que algo se agita o que tienen algún tipo de mecanismo que los hace moverse sobre sí mismos, girar, desplazarse, sonar o cantar y eso incluye desde coches de fricción o juguetes de hojalata con cuerda a sofisticados gadgets que combinan músicas increíbles mientras bailan y sirven de altavoz al i-pod.

Por eso siento especial debilidad por la bolas de cristal en las que nieva dentro y por las cajas de música. Dejaré, por el momento, aparte las bolas de cristal: la mayoría de las que se venden hoy contiene ridículas laminitas fosforescentes que han sustituido a las feroces ventiscas de las de hace 30 ó 40 años (ya no nieva como antes en las bolas de nieve y, como en Ciudadano Kane, Rosebud es ya inalcanzable o irrecuperable).

La primera caja de música que tuve me la regalaron cuando hice la comunión. Ya entonces me pareció fea y ¡a fe mía que lo era!, espantosa, de imitación a laca china, en un rojo burdeos chillón. En el interior, la cosa empeoraba si cabe: un minúsculo joyero blanco con compartimentos muy pequeños y, en el centro, rodeada por muchos espejitos, una diminuta bailarina que giraba machaconamente mientras se escuchaba una música de ballet, interrumpida por el renquear de la cuerda (klin-klon, klin-klon). Nada más abrirla, mi padre apostó: "Chaikovski (perdón, en aquella época se escribía Tchaikovsky), El Vals de las Flores de El Cascanueces". Efectivamente, pero a mí eso era lo que menos me importaba. Durante los meses siguientes me pasé las horas muertas viendo girar a mi bailarina, erre que erre; me tenía fascinada en la misma medida que el oso aquel que había en la Casa de Fieras del Retiro, que se pasaba el día andando en círculo porque estaba metido en un foso muy, muy pequeño. Me gustaba porque era delgada y siempre estaba en equilibrio, aunque me angustiaba un poco ese no parar de dar vueltas continuamente.

Aquella primera caja no era muy buena y con el continuo trajin de la bailarina a todas horas, la cuerda terminó por saltar. Mi madre, muchísimo más práctica que yo, en un descuido la tiró a la basura, pero ¡ay!, que el mal ya estaba hecho. Pasaron bastantes, bastantes años pero me volvió a dar la ventolera de las cajitas y bien fuerte además.

Fue en Salzburgo. Acababa de salir de la casa natal de Mozart. Llovía, como casi siempre en esa ciudad. Por razones que no vienen al caso me había quedado, a mitad del viaje y como dice el tango, más sola que un buzón en una esquina , con lo que eso le pone a uno de sensiblero. Mi padre había muerto hacía 5 meses. Volvía al hotel por la Getreidegasse y me atrajo el escaparate de una tienda de música que parecía sacada del siglo anterior. En las vitrinas, junto a partituras, batutas y metrónomos, muchas cajitas de música pequeñas, transparentes. Aquello fue como la magdalena de Proust: flash, flash, a toda pastilla volvieron recuerdos de pequeña, de mi padre, de una época en la que todo estaba bien, todo era cálido y conocido, tu entorno y tu gente te protegían y no estabas sola. ¡Qué trallazo! y pocas cosas hay con un poder evocador tan fuerte como la música. Cuando conseguí enderezarme entré a la tienda. Me costó decidirme porque además eran muy caras. Elegí una con la musiquilla de Là ci darem la mano, del Don Giovanni de Mozart y cuando volví a Madrid ni siquiera me quedé con ella: se la regalé a un amigo, (¡mi viejo y querido Fasolt!).
Pero, a partir de entonces, viaje sola o acompañada, en muchos sitios he encontrado y comprado muchas y muy diversas cajas. En Granada, una de taracea de nácar y madera oscura, comprada en una tiendecita pequeña en el camino de subida a la Alhambra, con la música de la Pequeña Serenata Nocturna. En Ginebra, enfrente de la estación de Cornavin (mi añorada estación de Cornavin, fea como ella sola, pero que yo ya conocía desde muchos años antes gracias a Tintín y El asunto Tornasol), una de madera clara, como un bombón, preciosa, con un minueto de Mozart -La verdad es que si al pobre Amadeus le hubieran pagado todos los derechos de autor sobre artilugios parecidos y con efectos retroactivos, seguro que no había muerto joven y en la miseria, sino feliz y orondo en la vejez-. En Amboise, bajando del castillo, dos que no eran ni cajas porque sólo llevaban el mecanismo con el Quand on n'a que la amour de Brel y la mauvaise réputation de Brassens. En Venecia, en el Canareggio, al lado de Santa Maria dell'Orto, una cuadrada, de madera de cerezo, con la Primavera de Vivaldi. En Madrid, en una vieja tienda de la calle Barquillo, donde vendían piedras para ensartar collares, pequeñas teteras de porcelana y cajas de música de madera, sin más, de muchos tamaños con melodías que nunca he conseguido identificar. Cajas, cajitas de música, siempre de madera, relacionadas para siempre con el sitio donde fueron encontradas y compradas. Cajas, como esos pequeños tesoros que cuando éramos pequeñas enterrábamos en la tierra, protegidos por un cristal, por el solo afán de redescubrirlos al día siguiente como si fueran nuevos. Cajas, cajitas de las formas más diversas, con barrigas repletas de músicas mecánicas y amables que todavía hoy tienen la rara facultad de teletransportarme, como si fueran minúsculas Entreprise de Star Trek, a viejos tiempos en los que aún tenía todo por estrenar y podía desperdiciar horas y horas mirando girar delgadas bailarinas mientras, a mi alrededor, nunca llovía ni faltaba nadie.

viernes, 17 de agosto de 2007

El gusanillo de lo clásico (1)

Cuando era pequeña había una habitación en casa a la que mi padre, pomposa y orgullosamente, llamaba discoteca. No éramos ni fuimos nunca económicamente desahogados y mi padre no era, ni mucho menos, un gran entendido en música; ni siquiera conocía a Bruckner aunque a mí, con tan poca edad, me parecía el padre que más sabía de música del mundo. Había ido comprando y atesorando discos desde que era soltero y una de sus grandes ilusiones al casarse era tener un sitio donde ponerlos y escucharlos. Conservo recuerdos parciales y a veces borrosos; supongo que me acuerdo más por descripciones posteriores de mis padres o mi hermana que por mi misma, pero sí que guardo por aquella pieza y por lo que en ella se escuchaba un afecto muy especial, quizá también porque sólo tenía unos 6 años.


La discoteca era de medianas dimensiones y luminosa. Recuerdo que había un mueble enorme para guardar los discos, un tresillo de terciopelo (o algo parecido) granate, una alfombra en el centro de la habitación, una gramola y un tocadiscos automático y estéreo, modernísimo para la época. Había también un espantoso cuadro de Santa Cecilia tocando el clave que a mí, por aquel entonces, me parecía precioso y un enorme, tremebundo y verdísimo busto de Beethoven que me causaba auténtico horror.

Mi padre había conseguido reunir unos 800 discos de música clásica, de vinilo, gordos, de aquellos de 72 revoluciones por minuto y, para evitarles el polvo, les había hecho a cada uno una funda de papel beige (el mismo con el que forrábamos los libros del cole cada mes de octubre), en la que escribía a mano, pacientemente, la ficha técnica de cada LP.

Cuando conseguí vencer el pánico que me causaba el careto de Herr Ludwig, le cogí el gustillo a visitar aquella habitación. Me gustaba ir allí porque el sofá era muy, pero que muy cómodo y me echaba unas siestas que temblaba el misterio, para qué vamos a engañarnos. Supongo que empecé a escuchar música clásica sin tener la menor intención de ello y sin prestarle excesiva atención todo hay que decirlo, pero en aquel sitio se estaba francamente bien. Por aquel entonces yo hablaba menos que un cartujo y era introvertida hasta la exageración (mi madre siempre opinó que podía haberme quedado así toda la vida); a mi padre por tanto no le molestaba en exceso que yo rondara por la habitación, habida cuenta de mi afición desmedida a caer en los brazos de Morfeo en cuanto sonaba el primer movimiento de algo.

No es casual que me prive casi todo lo alemán. Estoy convencida de que en mi caso funcionó la hipnopedia (palabreja que viene a significar aprendizaje durante el sueño) y mi progenitor me transmitió sus gustos musicales mientras yo roncaba (¿las niñas roncan?) plácidamente en el tresillo. Claro que también puede contribuir a ello el que él se educó en el Colegio Alemán de Madrid (antes de que lo cerraran en 1936 por motivos obvios), que era filogermánico hasta la médula y que nos educó "a la prusiana". Va a ser eso... , eso y un complejo de Electra nunca superado (ni ganas).

Lo que sí que recuerdo con una nitidez asombrosa es el día en que la discoteca desapareció. Yo tenía 7 años y medio y mi hermano, unos 5. El Imbécil (te adoro Manolito Gafotas) contaba pues ya con una edad en la que no estaba bien visto que compartiera cuarto con sus hermanas mayores (al menos en aquella época), así que había que habilitarle al angelito un sitio donde dormir.

Primero vinieron a llevarse los muebles y la gramola. El tocadiscos se salvó y durante años anduvo por casa. También se libraron de la quema el inefable busto (¿querréis creer que hasta le cogí cariño?) y la Santa Cecilia, que sobrevivió a su dueño. Al cabo de unos días llegó un señor con una furgoneta de esas como la que tenía el Plácido de Berlanga. Empezaron a bajar los discos; yo misma ayudé a cargar unos cuantos y montarlos en la furgoneta. ¿Por qué hubo que venderlos? Imagino que por cuestión de espacio y sobre todo porque habría que comprar muebles para la habitación del mastuerzo. Mi padre sólo pudo conservar unos cuantos que aguantaron hasta que el tocadiscos cascó y llegaron los primeros cassettes. Nunca podré olvidar su cara cuando la furgoneta se fue: era la misma cara de infinita tristeza que sólo reapareció, casi treinta años después, cuando se dio cuenta de que se estaba muriendo.

miércoles, 15 de agosto de 2007

La Flauta Mágica


Hace muchos años un compañe-ro de trabajo me confesaba, entre muerto de vergüenza y de risa, que había entrado en un cine de arte y ensayo a ver La flauta mágica pensando que, con ese título y además en sueco, tenía que ser porno duro. Para su desgracia y nuestra fortuna se trataba de la versión que hizo Bergman de la ópera de Mozart, cantada además en sueco.

La anécdota de mi amigo no es más que la otra cara de una misma moneda: ¿qué tiene esta ópera que, hasta los que no escuchan nunca este género la conocen? ¿Cómo, a pesar de haber sido maltratada en anuncios publicitarios, en chillonas versiones pop por "divillas de tres al cuarto", como contrapunto musical de comentarios deportivos y tantos otros ejemplos, ha podido mantenerse intacta y al mismo tiempo gozar del favor de todo el mundo? (Lo siento OSAPOSA, pero no me sale escribir de otra manera, de verdad). ¿Por qué de una misma partitura han salido cientos de versiones tan distintas? ¿Qué hace que la dirigida por Toscanini sea austera, la de Furtwängler, filosófica e íntima, la de Beecham, alegre y ligera y la de Solti, brillante y solemne?

Aunque los entendidos digan que, en sentido estricto, no es una ópera sino un singspiel (palabro que equivale, más o menos, a nuestra zarzuela), para mí es de las obras más hermosas de Mozart.

El éxito del estreno sorprendió al propio compositor. ¿Por la calidad de la música, porque estaba escrita en alemán, porque se trataba de una homenaje y una defensa de la masonería, tan popular en ese momento? Si fue así, parte de esas razones ya no serían motivo hoy en día precisamente de favor y éxito sino más bien lo contrario. ¿Qué factores se dan ahora para que siga gustando tanto: que la calidad de la partitura es indudable, que se mantiene actual, que habla de valores como la justicia, la igualdad, el valor del conocimiento? No sé yo si esos son valores en alza ahora precisamente.

Aunque uno de los números sagrados de la masonería sea el 3, para mí la Flauta es una obra dual: dos actos, parejas afines y contrapuestas continuamente. Dos planos en horizontal: uno, Sarastro, hombre, el día y la luz, el conocimiento, la sabiduría, la ecuanimidad y el sentido del perdón, lo apolíneo; en el otro lado (por supuesto a la izquierda), la Reina de la Noche, mujer, lo oscuro, la ignorancia, el deseo de venganza, la falsedad de la tierna y llorosa madre que oculta a la vengativa y poderosa reina (otra vez el 2), lo dionisiaco, en definitiva. Dos planos también, pero en vertical: por una parte, Papageno y Papagena, ignorantes, del vulgo, sencillos, simples, a quien les está negado entrar en el reino del conocimiento y que nunca podrán ser iniciados; por la otra, Tamino y Pamina, seguirán las normas, sufrirán y superarán los ritos de iniciación, alcanzarán la luz. Esa doble naturaleza está también en la música: hay sofisticadas fugas como las de la obertura (va dedicado a mi amigo Rasputín y su relación de amor-odio con Bach) y trozos sacados directamente del folclore popular alemán o austríaco.

Pero no solemos plantearnos razonamientos de este tipo cuando escuchamos música (al menos, no en un primer momento). Es probable que la dualidad no la sepamos pero la intuímos y se desprende continuamente de la obra. Todos somos, a veces, un poco como la Reina de la Noche, pero también nos sentimos solos como Papageno sin saber que tenemos al lado lo que con tanto ahínco buscamos. Casi todos queremos un mundo más justo, más equitativo, más igual. Casi todos hemos creído que era posible. Casi todos, lo queramos o no, pasamos por ritos de iniciación continuamente, desde que salimos a la luz, hasta que desaparecemos. Schikaneder, el director, productor, actor y autor del libreto y Mozart crearon arquetipos y la mayoría nos vemos reflejados en ellos.
A lo mejor el secreto está en que se trata un poco de todo... y por encima de ese todo, la música: los imposibles arpegios de la Reina de la Noche, la increíble nostalgia de Pamina, las dificilísimas partituras de los instrumentos de madera. Fuga y canción popular, bajos profundos y sopranos coloratura, 3 damas malas y 3 jóvenes buenos, bien y mal, luz y noche, conocimiento y oscuridad. En definitiva, el genial, atormentado, trastocador de notas y muerto de hambre Mozart, apenas 4 meses antes de morir.

¡Uf, qué largo! Intentaré no dejarme llevar tanto por el entusiasmo.

PS. Como todavía ando pegándome con el blog no soy capaz de poner mi foto. En cuanto aprenda me veréis la cara. ¡Ah! Para los que consigan llegar al final. A pie de blog hay una foto que procuraré ir cambiando cada poco tiempo. Siempre suelo ir con una cámara en el bolso y soy de dedo rápido: os aseguro que daré la tabarra.

domingo, 12 de agosto de 2007

¡Segundaaaa!

Cuando salí de Santiago...

Suena un poco, mucho, a Les Luthiers, pero ahí va.


Gracias, gracias, gracias a los amigos que siempre están ahí al quite porque, para una vez que me decido a abrir un blosss, me desanimaba lo de ver: " 0 comentarios". Siempre es bueno tener amigos (aunque sean rojos, je,je)

Otra razón, que no excusa, para haber tardado tanto tiempo en escribir la segunda entrega es que, como soy una desocupada y además burguesa, me he ido 3 díillas de vacaciones al "mismo Segovia" a tumbarme a la pata la llana. Pero, en fin, "volvamos a nuestros corderos", que de lo que se trata aquí es de música.



He intentado resistirme y no entrar al trapo de los comentarios de Rasputín a propósito de JSB y prole, pero no puedo evitarlo. Aunque es cierto que los estalinistas no crean polémica, sino que establecen dogmas de fe, vamos a dar un poquito de caña.



¿Así que Bach escribió 1087 veces la misma canción? Je, je, como se le nota al amigo bolchevique el filosovietismo, aunque tenga que conformarse con un ruso a secas. ¿No fue Stravinski el que dijo lo mismito, refiriéndose al cura rojo?



Se me ocurren muchos, muchísimos argumentos en contra de las tesis de don Rasputín, no míos sino de "excelsos" compositores y músicos, pero lo podemos ir discutiendo a poquitos. De momento, y como castigo, yo le haría escuchar al susodicho irredento unas transcripciones espléndidas de algunas de las 1087 canciones repetidas de Bach, realizadas y dirigidas por otro ruso ilustre: Mister Stokowski (si no recuerdo mal, así lo llamaba el ratón Mickey en Fantasía). Es una soberbia grabación con la Symphony Orchestra, editada por EMI Classic en la serie Legend. No sé qué puede dolerle más: si que sea música de Bach o el que haya sido transcrita e interpretada por un ruso que se vendió directamente al oro y los fastos capitalistas estadounidenses. Como tarea para mañana no está mal. Sólo una ligera puntualización: cuando alguien de la talla de Stokowski "se molesta en transcribir" a papá Bach por algo será.



Por supuesto, hola y con mucha alegría a AF. Sí que es verdad que hace muchísimo tiempo que no nos hablamos ni nos vemos, pero espero que la bloggmanía nos mantenga en contacto (lo de la Danza Macabra todavía no sé cómo tomármelo). De todas formas, en tu honor, suena ahora música masónica de Mozart:



"¡ Oh, lazo de la amistad; hermanos fieles!

A la gloria de la más alta felicidad.

Ajeno a la fe, pero jamás opuesto a ella,

Conocido del mundo, pero rico en secretos"



¡Qué ingenuos y qué tiernos eran los masones en el XVIII, ¿verdad?! Esto va a terminar de hacer las delicias de ese talibán rojeras que responde al nombre de Rasputín.



Estos tres días de vacaciones han dado para oir música: conciertos para oboe de Albinoni (muchos, bastante parecidos todos, hay que reconocerlo, pero agradables y muy, muy barrocos), interpretada por la Stuttgart Chamber Orchestra (Brilliant) y un disco con dos increíbles obras de Schütz: El Magnificat SWV 468 y Las Siete Palabras de Cristo en la Cruz, en una, a mi juicio, buena versión historicista (¡qué poco me gusta ese término!) del Ensemble Clement Janequin y Les Saqueboutiers de Toulouse (harmonia mundi). Ya metidos en faena, la verdad es que no hay nada como una buena pieza religiosa . Si además puede ser en una iglesia barroca alemana, con el órgano sonando a toda pastilla y con toda la parafernalia del incienso y demás zarandajas, mejor que mejor. Para que nos vamos a engañar: se lo montaban mucho mejor que los protestantes y no digamos los luteranos. Espero que Benedictus XVI no sólo recupere la misa en latín (mucho más bonito el latín que las lenguas modernas, ¡dónde va a parar!), sino también todos los fastos de Misas de Coronación, Requiems, Vísperas de Difuntos, etc. ¡Qué maravilla!

Un último apunte: el lunes 13 de agosto (hoy para los que lo leáis) hay un concierto gratuito, a las 20:00 horas en la iglesia de Santa María de Abantos de San Lorenzo de El Escorial: obras de Scarlatti por Álvaro Marías y Zarabanda. Para no perdérselo.



Por hoy, vale. Esto va para ti Rasputín: que conste que me siguen doliendo tus comentarios sobre JSB y yo soy muy rencorosa. Nos veremos las caras.

domingo, 5 de agosto de 2007

Presentación

Siempre me he mostrado un tanto remisa a escribir diarios juveniles, de viaje, de opinión, etc., por una razón fundamental y primordial: soy muy, muy, muy vaga y, por consiguiente, poco o nada constante en mis aficiones, actividades o gustos. Pero esta tarde he visitado el blog de un buen amigo, " Acero bolchevique" y me ha dado la chaladura. Vamos a ver de lo que soy capaz y lo que dura.

Por el nombre del blog, podéis imaginar que la cosa va de música. Puede parecer una estupidez, una cursilada, pero no puedo vivir sin ella. En casa hay reproductores de música por toda la casa ( a veces varios en una misma habitación ): desde los vestustos lectores de cassettes, pasando por lectores de CD y DVD de múltiples y varias tipologías, hasta llegar a MP3, MP4, ATRAC3 PLUS de diverso pelaje y condición. Me gusta la música: no toda. No soporto el bacalao, me gustan poco o nada las músicas raciales o étnicas y confieso mi pasión por la canción francesa, la italiana anterior a 1970 y toda esa música de boleros y baladas que detestaba a los 20 años y empecé a disfrutar a partir de los 30. Pero la música que realmente me engancha desde que era muy pequeñita es la clásica. Sí, ésa que va desde las primeras jarchas hasta el dodecafonismo; ese cajón de sastre donde caben los Oratorios barrocos y las canciones de Juan del Enzina, la música de cámara de Alban Berg y las sonatas del Rosario de Biber.

De todas formas la música que desde hace muchos años me produce una especial emoción es la que compuso ese tal Johann Sebastian . Sí, sí, no el Mastropiero ( que también), sino el de Leipzig; ése que fue tan fértil en hijos y partituras; el calvete, gordote, bon vivant y tremendamente exigente JSB. El título del blog, evidentemente, no es casual. Como sé que no tengo un vicio precisamente solitario, espero poder compartirlo en breve con algunos o muchos de vosotros.

Cuando navegaba por el blog de Javier, (ya sabéis "Acero Bolchevique"), he visto que él y algunos de sus comentaristas más asiduos participan de los mismos gustos, así que espero no sentirme especialmente sola.

Quiero que el blog sea abierto, en el sentido más amplio del término. Es decir, que tanto los que hagan comentarios como yo misma, podamos expresar lo que nos ha sugerido un disco que hayamos escuchado, pero también la opinión que nos merece el canon digital, el top manta o la postura política de algún director de orquesta.

Dado que yo escribo desde Madrid, que me niego desde hace años a ver ópera en el Real mientras se mantengan los precios existentes y que el Auditorio mal llamado Nacional va a estar cerrado una buena temporadita, no podré hablar sobre conciertos por el momento. Espero que aparezca algún entusiasta colaborador de otras provincias o países ( ¿por qué no?), que sí que pueda contarnos qué le parece la oferta musical de su lugar de residencia.

Quien dice música clásica, dice también otro tipo de músicas. Una de las razones de abrir el blog es conocer otras opiniones y aprender de otros. Si poco a poco funciona y yo consigo mantener un mínimo de constancia, podemos hablar de arquitectura, pintura, cine, libros, etc.

Por ahora y como presentación, ya está bien. Está sonando un concierto para cello de don Pepe Haydn, así que os dejo en buenas manos y mejores oídos.